Sting deslumbró en Buenos Aires: fina estampa y repaso por los hits de The Police


Faltan veinte minutos para las once de la noche y el Movistar Arena de pronto se queda a oscuras, con el público enardecido, de pie, los ojos hacia el escenario vacío. Apenas unos minutos después el trío asoma sus figuras, cada uno regresa a sus puestos y Dominic Miller acompasa con su guitarra un ritmo que nadie desconoce. Entonces se forma un pequeño pogo, que despega la humedad de quince mil personas contenidas en el subidón del aire acondicionado de un estadio que vibra al calor de los cuerpos veteranos abrigados con camperas, mayormente de cuarenta y pico para arriba. “Rooooxaaaaneee…You don’t have to put on the red light”, suelta Sting, fina estampa fibrosa en el cenit de su bajo, la frente transpirada y la sonrisa de caballero inglés bien templado. Mientras, el público juega con el estribillo y el anfitrión divide en sílabas el nombre de aquella mítica prostituta ficticia del barrio rojo de París, en el apogeo de The Police, trayéndola de más de cuarenta años de historia del new wave y el reggae blanco al presente.

“Ro-xa-ne-no”, “Rooooo-xaa-ni-no”, “Roo-xeee-naaa-noooo”, payasea el rubio de 73 años (y todos corean), encantando a la platea con su carisma de pocas palabras y una performance a corazón abierto, en plenitud física y emocional en casi dos horas de show sin parar, apenas para dar unos sorbos de agua, sentarse en una banqueta y así dar tregua al puro canto en simultáneo con su elegante toque de bajo. “Roxanne” se alarga en un ritmo que parece un ska para luego estallar en pleno rock & roll, el único tema que se salió de los protocolos de duración de un concierto tan sobrio como de notable calidad, tan evocativo como de sofisticada y profesional ingeniería británica; desde el arranque puntualísimo a horario hasta el manejo de los clímax, recostado en un power trío con el argentino Dominic Miller en guitarra y Chris Maas, baterista de Luxemburgo, “el jefe” nombrado por Sting como domador de los pies y los cierres.

Sting en el Movistar Arena (@Irishsuarez, gentileza DF).

Fue un regreso del rockstar hacia aquel formato de The Police que nunca resultó forzado en la entrañable memoria artística de Andy Summers y Stewart Copeland. A continuación de “Roxanne” llegó “Fragile”, un bis de para aplacar a las fieras. Entonces, con guitarra acústica, sacó del baúl de los recuerdos esa prolífica etapa solista mientras el público vitoreaba de más en los silencios de la balada, pasado de vuelta con el clásico anterior sin reparar demasiado en aquella historia del ingeniero Ben Linder, asesinado a manos de los contras nicaragüense financiados por Estados Unidos. Toda canción es política, aun la que desprende un aire romántico y sensual. Con las manos en el pecho, perspectiva de oración hindú, Gordon Matthew Sumner se despidió sin aspavientos, con su cuerpo atlético y flexible de yoga. El resto fue silencio.

Tras ocho años de ausencia en Argentina, Sting anunció a fines del año pasado una vuelta a las giras internacionales, con el tour “Sting 3.0”, despojado de instrumentos y de músicos. “Todo mi modus operandi es la sorpresa. No quiero que la gente esté completamente segura de lo que voy a hacer a continuación”, había dicho en una entrevista, donde priorizó una etapa de sustracción de la canción con la idea de dar un aire entre los instrumentos para que el oído se relaje y, a la vez, “poder cambiar de dirección en un instante”. 

Una forma de volver, en definitiva, al repertorio de The Police, justo en el momento que la industria musical lanzó Synchronicity 40th Anniversary con nada menos que 55 tracks inéditos y a más de 41 años de la edición original. En los ochenta, gemas como “Every Breath You Take” convertían a The Police en la banda más grande del mundo con el que, paradójicamente, sería su último disco. La perfecta canción pop se escuchó en la parte final como un clásico, precedida por “King of Pain”, y el Movistar Arena tuvo su epifanía en la experiencia de un déjà vu, de vivenciar un acto de autonomía artística, de escucharla después de millones de pasadas en la radio y aquella mítica reunión de The Police en 2007 en River. Un cóctel maravilloso que movió de sus butacas a parejas que se abrazaban, a amigos cincuentones y sesentones que levantaban sus celulares y padres con sus hijos. La fiesta de un artista que supo siempre transgredir las fronteras, dialogando entre la raíz inglesa, el punk, el reggae, la new wave y la música del mundo, en sus derivas con lo latino, lo árabe y lo asiático.

Dominic Miller, Chris Maas y Sting en el Movistar Arena (@Irishsuarez, gentileza DF).

Decía T.S. Eliot que un clásico era aquel que no sólo perduraba en el tiempo a partir de un espíritu maduro, sino que construía un lenguaje como producto de un “largo proceso de gestación y preparación”. Arraigado en la tradición de su música, Sting sonó como un organismo vivo -“un sentido crítico del pasado y confianza en el presente”, agregaba Eliot sobre lo que denominaba “el autor clásico”- y la novedad de su nueva visita a la Argentina fue justamente esa: la de intercalar su épica grupal con su etapa solista, yendo de los matices a las sutilezas, erigido como un clásico de clásicos y con su voz, ejecución instrumental y dirección en un fluir lejano de la pieza de museo y de la aparente comodidad del que saca de una bolsa los hits que todos quieren escuchar. Todo bajo el excelso sonido en vivo de un trío que dialogó en perfecta sintonía  y dinámica, junto al histórico guitarrista Dominic Miller -nacido y criado en Hurlingham, con quien trabaja y colabora desde los 90-, y el baterista Chris Maas -que reclutó tras su paso por Mumford & Sons y con Maggie Rogers– amplificando texturas, colores y giros en la reinterpretación de su colosal obra, desde el arranque visceral con “Message in a Bottle”, pasando por la suspensión refinada de “Englishman in New York” e intercalando con la melancolía de “Fields of Gold”, la eléctrica “Can’t Stand Losing You” y la introspectiva y genial “Shape of My Heart”.

Bien podría Sting hacer gala de setlists variados y tocar diversos shows si lo deseara. Podría relucir su faceta de arqueólogo de joyas de la tradición, como sus notables discos sobre la música del laudista John Dowland, de la época isabelina, y cuando revisitó a Schubert y musicalizó poemas en su faceta de erudito recopilador y exquisito intérprete, como en su disco If On a Winter’s Night. O, cambiando radicalmente de expresión, en la explosión reggae como el reciente disco 44/876 junto a Shaggy. Pero en Buenos Aires decidió regalar su faceta más conocida, más solicitada, más masiva. Y no por eso renunció a su predilección por la complejidad rítmica, las melodías pegadizas y los contrapuntos que convirtieron a The Police y a su etapa solista en atractivos ineludibles de la música contemporánea.

La presencia de Nito Mestre y de Charly García en los camarines inundó de nostalgia ambas noches, mientras que el joven Mat Alba, que había teloneado a Paul McCartney, dio a la previa un baño de funk y falsetes. El groove de Sting fue otro punto ineludible, como en la línea de bajo de  “If I Ever Lose My Faith in You” y la hipnótica “So Lonely”, que se prolongó en un beat de reggae en “Spirits in the Material World” y los diálogos de guitarra y bajo como en “Wrapped Around Your Finger” -con un fondo de velas en los visuales dentro de una escenografía austera y poco glamorosa- y “Driven To Tears”, sin extrañar sintetizadores ni otras cuerdas ni vientos. Párrafo aparte mereció el gran Dominic Miller, con sus ajustados coros y su magistral manejo de recursos y clímax, haciendo de su ajada Fender Stratocaster una verdadera caja sonora para suplantar viejos elementos, como el saxo de “Desert Rose” -donde se nota que no hay mejor versión que la que Sting hizo con Cheb Mami– y dar las inflexiones y los tonos justos y nada grandilocuentes de “Walking on the Moon”, “Never Coming Home” y “Fortress Around Your Heart”.

Sting habló a cuentagotas, un par de “Hola, Buenos Aires”, “Estamos felices de estar acá”, “Canten conmigo, por favor” y una pastilla bíblica del rey David que inspiró la ondulada “Mad About You”, una de las sorpresas entre tantos hits junto al sonido de rock antiguo de “I Wrote Your Name (Upon My Heart)”, tema creado en 2024 y lanzado en sincronía con el tour.

Ante tanto profesionalismo, quizás por momentos se extrañó el despeinado del rubio. Aun sin volver a aquellos toques de jazz bastante ausentes en el concierto, en ocasiones el trío podría extenderse en sus zapadas sin cortar en la pauta precisa, y así desvariar hacia otros caminos inesperados. La guía de su auténtica gestualidad y el pedido de palmas, cantando y mirando a cada lado del estadio, regulando el carácter de los temas sin cantarlos como hace veinte años, la cara arrugada y sus maneras de percutirlo, con brazos abiertos y muecas simpáticas en una entrega consustanciada con el público argentino. Un público al que conoce de décadas con hitos como “They Dance Alone”, tema dedicado en vivo a las Abuelas de Plaza de Mayo, tal vez la ausencia más relevante de los que se habían ilusionado con verlas por un ratito en el escenario.

Una celebración íntima y el eco de un esplendor pasado, la banda sonora de una generación y una fábrica de hits que llegó desde la alquimia de los ochenta. Un The Police recargado -con 12 de los 22 temas del total-, unos coros del mejor reggae tradicional en varios de los temas, “io io io”, “ia ie ie”, “ia iu ie”, un Sting enérgico y a la vez reposado, en un concierto que pasó a todo trapo, sin dar respiro; la belleza de una música que sigue calando hondo en la memoria de los argentinos.



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