Esta vuelta fue una revancha. Para mucha gente. Quince años tuvieron que pasar para volver a ver a Los PIojos sobre un escenario, casi tanto tiempo como lo que duró la primera etapa del grupo, esas dos décadas hasta el famoso recital despedida de River Plate en 2009. Por eso, cuando Ciro preguntó el sábado a la noche “¿Esto está pasando?”, con cierta mueca de ironía, sobre el escenario del Estadio Único Diego Armando Maradona de La Plata, muchos supieron que finalmente estaban viendo al grupo por primera vez. Otros tantos, la mayoría y los más conmovidos, esos que cargan más años y vivieron el fenómeno piojoso de primera mano, volvían a reencontrarse en un ritual.
La comunión que se vivió entre el público fue la confirmación de que lo que nos moldea emocionalmente en nuestra adolescencia se queda ahí enquistado, latente, sobreviviendo al paso del tiempo y emocionando como el primer día. Todos aquellos que se acercaron al fuego piojoso durante los años 90 desde los barrios del conurbano bonaerense y todas las ciudades del país, esos que fueron desde los lugares pequeños hasta los estadios, ahora se encontraron siendo adultos, pero conservando una emoción intacta. El inicio con “Te diría”, “Desde lejos no se ve”, “Babilonia” y “Ay ay ay”, un centro a la platea de la primera época, fue un guiño a esos piojosos que supieron esperar este momento.
La primera de las 7 noches que la banda tiene por delante fue una celebración de dos horas y media motorizada por la nostalgia del pasado y la evocación de los tiempos lejanos de felicidad. La reunión del grupo que supo ser uno de los más importantes del rock nacional y que se distanció con hostilidades mediáticas a la vista de todos, podría haber bordeado lo forzado. Sin embargo, por sonido y actitud, supieron mostrar un disfrute en escena que contagió hacia abajo, y una calidez reflejada en la complicidad entre Ciro y Piti Fernández que desterró cualquier tipo de rispidez.
Otro de los puntos altos de conexión fue el de Dani Buira y Sebastian Roger Cardero, tocando a doble batería en ciertos pasajes del show, el despliegue de Juan Manuel Ábalos en guitarra, tanto como la incorporación de Luciana Valdés, más conocida como Luli Bass, en el bajo para suplir la ausencia del histórico Miguel Ángel Micky Rodríguez. Y esa sensación de complicidad o frescura fue condescendiente con la “Carta de Los Piojos a los piojosos” que la banda publicó antes de su separación, donde afirmaban que “sería triste fingir espontaneidad donde no la hubiera”. Y en el primer show del regreso la hubo.
La gran incógnita de esta nueva etapa era cómo afrontarían dos grandes ausencias, una por elección y la otra por las tristezas de la vida. Por un lado, el mismo Micky, histórico y fundador de la banda, fue quien dijo con “mucha tristeza, con inmenso dolor” que no sería parte “de lo que para algunos es un regreso”, afirmando haber sido “hostigado, maltratado, subestimado, ninguneado”. Además de suplirlo en su labor como bajista, lo más fuerte fue la total ausencia de mención a su nombre desde arriba del escenario, tanto en palabras como en imágenes en las pantallas. En contraposición, la figura de Gustavo “Tavo” Kupinski, el guitarrista fallecido en el año 2011, atravesó todo el recital.
Con Dalma y Giannina mezcladas entre la gente del campo, llegó la mención obligada a Diego con “Marado”, en el estadio que lleva su nombre y está repleto de imágenes y referencias al 10. Mientras pasaban goles y goles del Diego, Ciro se calzó la camiseta de la selección del año 94 para reemplazar los botines que esta vez no estuvieron colgados del pie de micrófono. Después, el escenario quedó vacío y a oscuras. En ese momento, y a un juego doble de teclados, sobre una versión intensa, melancólica e instrumental de “Ruleta”, fueron apareciendo imágenes de Tavo que recorrían el camino construído en conjunto a lo largo de los años. “Si no existe la memoria todo lo nuestro es suicida”, cerró un grafiti en la pantalla. Y este ritual fue un ejercicio de memoria completo, de punta a punta, para traer el pasado y los tiempos lejanos de felicidad. El homenaje cerró con una versión de “Sudestada” en la que cada integrante cantó una estrofa y el estribillo estuvo a cargo del mismísimo Tavo, autor de la canción, saliendo en voz e imagen por las pantallas. “Tavo vive”, decía una bandera entre la gente.
El tándem poguero de “Vine hasta aquí”, “Luz de marfil” y “Pacífico” reavivó la euforia. Luego, como la historia es circular y siempre se repite, al igual que en el Monumental en el 2009, en La Plata estuvo como invitado Alejandro Dell’Osa, un seguidor del grupo que en aquél momento había leído una carta despedida sobre el escenario. En este caso, y propiciado por Mega, la radio de puro rock nacional, Alejandro volvió a ponerse en contacto con el grupo y leyó, en su ritual número 101, un escrito de reencuentro. “Hoy nos llega un llamado de antaño que nos invita a reencontrarnos con lo que fuimos y aceptar lo que somos”, leyó con las manos temblando. “Quién fui 30 años atrás, en mi primer Arpegios y hoy comparto el primer ritual de mis hijxs. Volvimos. Nos merecíamos otro ritual”. Y si de aceptar lo que somos se trata, la banda supo hacerlo con un abrazo al paso del tiempo y sus familias. Para “Verano del 92”, los encargados de las percusiones fueron todos los hijos del grupo en una versión que por familiar e infantil no perdió la fuerza porrera original.
El cierre del set fue con “El farolito”, el clásico “Finale” y “Cruel” como gancho final. Poco importa si esta vuelta es definitiva, si ofrecerá material nuevo o si perdurará en el tiempo. Lo cierto es que serán siete recitales, rituales, mejor dicho, en la ciudad de La Plata. Luego llegarán las presentaciones en los festivales Cosquín y Quilmes Rock. Para la gente ya poco importa quién está y quién no está arriba del escenario, porque la emoción que generan las canciones, porque las historias personales atravesadas por la música piojosa, trasciende nombres. Los que se criaron con la música de la banda en paralelo a la ausencia de sus shows tuvieron su debut y revancha, los de siempre un recuerdo de lo que fueron, individual y colectivamente.
La vuelta de Los Piojos es otro mojón de época que marca la constante mirada hacia el pasado con la nostalgia como motor, pero con una fuerza de actualidad muy fuerte. Porque tal como muestra el dibujo del nuevo Piojo, ese que forma un infinito, las canciones que nos formaron emocionalmente parecen perdurar por siempre.
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