
Alguna vez fue el fuego, luego la rueda. La imprenta, internet y ahora el rey de los descubrimientos humanos es la Inteligencia Artificial. Las IA están metiendo mano en cada uno de los aspectos y el ambiente artístico no se queda de brazos cruzados.
Hace unos días Brian May, guitarrista de Queen, se unió a la campaña del periódico británico Daily Mail contra la propuesta realizada por el Partido Laborista sobre los derechos de autor en el ámbito de la inteligencia artificial.
Ahora es Jimmy Page, el eterno violero de Led Zeppelin, quien se une a la defensa de “la santidad de la creatividad humana contra la invasión de la Inteligencia Artificial“, asegurando que lo que está ocurriendo “no es innovación, es explotación”.
“En los disciplinados estudios del Londres de principios de los sesenta, perfeccioné mi arte como músico de sesión, prestando mi guitarra a un sinfín de artistas de todos los géneros. Esas incontables horas, a menudo tres sesiones de tres horas al día, eran algo más que trabajo: eran un crisol de creatividad, colaboración e inspiración incesante. Se me exigía crear y conjurar riffs y figuras melódicas de inmediato sin ralentizar el ritmo de la obra que se estaba grabando con los demás músicos y el artista”.
“Este viaje desde el anonimato del trabajo de sesión hasta los escenarios mundiales con Led Zeppelin no fue un camino allanado por algoritmos o conjuntos de datos. Fue un viaje marcado por la improvisación espontánea y la chispa incuantificable del ingenio humano. La alquimia que transformó un riff único en un himno quedó grabada en el alma colectiva de la banda, una sinergia que ninguna máquina puede emular”.
“Hoy, cuando la inteligencia artificial trata de imitar y monetizar la creatividad, nos encontramos en una encrucijada. El arte y la música generados por la IA, sintetizados a partir de obras humanas existentes, carecen de la esencia visceral que proviene de la experiencia vivida. No son más que ecos huecos, desprovistos de las luchas, los triunfos y el alma que definen el verdadero arte”.
Además, las implicaciones éticas son profundas. Cuando la IA se nutre del vasto tapiz de la creatividad humana para generar contenidos, a menudo lo hace sin consentimiento, atribución o compensación. Esto no es innovación, es explotación. Si, durante mis días de sesión, alguien hubiera tomado mis riffs sin reconocimiento ni pago, se habría considerado un robo. La misma norma debe aplicarse a la IA”.
“Debemos defender políticas que protejan a los artistas, garantizando que su trabajo no sea desviado al vacío del aprendizaje automático sin la debida consideración. Celebremos y preservemos el toque humano en el arte: las imperfecciones, las emociones, las historias que hay detrás de cada nota y cadencia. Al defender la santidad de la creatividad humana frente a la invasión de la IA, salvaguardamos no solo los derechos de los artistas, sino el alma misma de nuestro patrimonio cultural”.
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