“Mi primer encuentro con su música fue a través de Pappo’s Blues. Yo arranqué con Pappo’s Blues 2, y una vez que lo escuché empecé a ir a todos los shows que pude”; le contó Juanse a Rolling Stone en diciembre de 2005, cuando estaba por cumplirse el primer aniversario de la partida de un músico que, más allá de la huella indeleble que dejó en el rock argentino, a su modo también ofició como mentor del líder de los Ratones Paranoicos. .
Juanse recordó a Pappo con ROLLING STONE en, al menos, oportunidades. En RS #93 (diciembre de 2005), y RS #174, septiembre de 2012). A 20 años de su partida (falleció en un accidente en su moto, el 25 de febrero de 2005), reproducimos ambos testimonios, llenos de cariño, admiración e intimidad:
Por casualidad, tuve contacto con él desde muy chico, más o menos a los 12 años, y eso hizo que entrara en el mundo de su música muy temprano. Pappo, en aquel momento, estaba en pareja con una prima muy lejana mía. Poco tiempo después íbamos a su casa con Gabriel Carámbula y nos instalábamos ahí, por lo menos hasta la hora en que él se iba, porque a las diez de la noche lo pasaban a buscar y ya no volvía.
Salvo una etapa en que estuvimos un poco distanciados por una pelotudez absurda, después volvimos a vernos y prácticamente nunca más nos separamos.
Como músico es obvio que para mí siempre fue uno de los mejores guitarristas que escuché, por su sonido particular y por su nivel de composición, porque los grandes guitarristas tienen que tener una cuota grande de talento compositivo.
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Indudablemente, Pappo, Hendrix, Jeff Beck, Mick Taylor, Keith Richards, Ron Wood, Jimmy Page y los grandes bluseros han tenido eso, y así se destacaron aun más como grandes guitarristas.
Como ser humano, de Pappo rescato todo, porque yo crecí un poco debajo de su enorme y abarcadora ala de Carposaurio. Desde chico lo veía a él y a la noche no dormía, porque decía: “Este está haciendo todo lo que hace y yo que soy chico no puedo hacerlo”. Y desde esa época es que fue para mí como un sistema de vida, que creo que todavía tengo dentro.
Pappo era un tipo muy gracioso y ácido a la vez, pero también era muy difícil cuando se ponía malo. Yo, además de ser el artista con que más veces subió al escenario, tengo otro récord: nunca se enojó conmigo.
Cuando discutíamos, sabíamos controlarlo, porque nos respetábamos mucho. Y haberlo producirlo a él y a John Lee Hooker en Pappo 8 y Caso cerrado es algo que ahora valoro enormemente.
Hay muchas cosas que los medios no conocen, como que nosotros convivíamos. El venía de vacaciones a mi casa y yo iba a la noche a comer milanesas a la casa de él, y conozco a toda la familia. A la persona que Pappo más quiso, además de su padre y su madre, fue su hermana Liliana, por quien tengo un afecto muy particular.
Existen muchos recuerdos, muchas imágenes y muchos cabarets. Los mejores recuerdos musicales los tengo junto a él, como cuando hicimos el Unplugged en MTV, los River con los Stones o la Juanse Pappo Roll Band en la Federación de Box.
Tengo su imagen en mi casa, cuando yo vivía solo, tirado en el living durmiendo. Le gustaba mucho dormir en el piso. Apenas se levantaba, arrancábamos el día. Así estuvimos durante muchos años. Es una imagen que tengo siempre muy presente.
Para ser un gran guitarrista no hace falta ser un gran técnico; lo más importante es la composición. El dominio del ritmo, la melodia y la armonía son fundamentales, y Pappo fue el que nos enseñó eso, consciente o inconscientemente. Su actitud frente al instrumento lo elevó hasta llegar a esa cima que es estar en el escenario del Madison Square Garden con B.B. King, el origen del blues personificado. Y a mí me transmitió esa magia, esa oportunidad de sentir o expresar lo fantástico que encierra el mundo del sonido de la guitarra.
Yo era chico cuando escuchaba el solo de “El tren de las 16”, que es uno de los mejores solos que escuché en mi vida: la técnica, el sentimiento, el fraseo… y la habilidad casi acrobática de crear ese solo, ya en esa época. En el nudo del solo, hay una atmósfera que hace que realmente uno se conmueva al escuchar semejante potencia y creatividad. Creo que ningún músico puede permanecer indiferente a eso.
Una vez en los 90, en El Roxy de Rivadavia y Ayacucho, fuimos a zapar y habíamos consumido un poco de LSD. A eso de las cuatro y media de la mañana, Pappo empezó a tocar un solo, y no paró hasta las doce y media del mediodía, cuando le avisamos que nos teníamos que ir.
Pappo no es uno de los mejores guitarristas del mundo porque sí, sino porque es la conjunción ideal: en él se conjugan el carisma, la administración de las notas y la composición. Ojalá lo tuviéramos entre nosotros todavía, pero hablo desde lo humano. Porque creo que, musicalmente, con lo que hizo tenés para armar más de cien carreras artísticas.
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