Alfredo Gutiérrez: Uno de los últimos juglares


En el marco del folclor colombiano, la música vallenata ha sido probablemente la que más exposición ha alcanzado a nivel mundial. Aunque para la mayoría de las personas la carta de presentación de este género sean éxitos globales como ‘La tierra del olvido’, incluso ‘Robarte un beso’ o ‘La bicicleta’ de Carlos Vives, junto a otros artistas, es importante señalar que estas producciones se alejan en muchos aspectos de la esencia del vallenato, como se evidenciará más adelante en la entrevista con uno de los últimos grandes juglares del vallenato, Alfredo Gutiérrez.

‘El Rebelde del Acordeón’, como se le conoce al nacido en Los Palomitos, Sucre, ha marcado la historia de la música colombiana. Desde niño ha seguido los pasos de los primeros juglares vallenatos, convirtiéndose en un prodigio del acordeón. Comenzó su carrera junto a otro grande de la música colombiana, Arnulfo Briceño, en la agrupación Los Pequeños Vallenatos. Más adelante, junto a Calixto Ochoa, creó la emblemática agrupación Los Corraleros de Majagual, de la cual han surgido grandes maestros de la música, como Julio Ernesto Estrada ‘Fruko’ y Lisandro Meza, entre muchos otros. Además, Alfredo Gutiérrez ha sido el único Rey Vallenato en consagrarse en tres ocasiones.

Imagínese que llega un extranjero y usted le debe explicar cuál es la esencia del vallenato, ¿cómo se lo explicaría?

La esencia del vallenato fue dejada por los viejos juglares como Francisco El Hombre, Pacho Rada, Luis Enrique Martínez, Alejo Durán, Colacho Mendoza, Calixto Ochoa… y también por compositores como Rafael Escalona y Leandro Díaz. El vallenato en su esencia, son las vivencias, los costumbrismos y el romanticismo.

Como los juglares la mayoría fuimos analfabetas y vivíamos por allá, en las montañas, lejos de los pueblos y de la noviecita, teníamos a un compañero que sí sabía leer y escribir, al que le enseñábamos nuestras composiciones, que eran esa carta de amor que enviábamos al pueblo y también entre diferentes pueblos, expresando todos nuestros sentimientos. Eso es el vallenato.

Para que una canción sea vallenata, al momento de interpretarla y cantarla debe tener esa esencia que proviene del corazón. El acordeón, que tiene alma propia, debe transmitir ese folclor que llevamos dentro, porque lo aprendimos a tocar de manera empírica, mientras que las nuevas generaciones lo aprenden en la escuela.

El vallenato clásico es tan bueno que hoy en día compite incluso con el reggaetón, un movimiento moderno que ha convencido a la juventud. Pero la juventud no tiene idea de lo que es la música; para ellos, la música es simplemente ruido… y unas letras que solo hablan de obscenidades.

“Pero solo me queda el recuerdo de tu voz / como el ave que canta en la selva y no se ve / con ese recuerdo vivo yo, con ese recuerdo moriré”; esto es vallenato, esta hermosa estrofa fue compuesta por Rafael Escalona. El vallenato que se hace hoy en día también es muy diferente; diría que hasta se ha convertido en un “hermanito” del reggaetón [Risas].

Ahora, más tarde, seguimos con su perspectiva del vallenato moderno. Antes me gustaría preguntarle, ¿usted se considera ‘El Rebelde del Acordeón’?

Sí, y no es solo porque yo sea un espectáculo en vivo y toque el acordeón hasta con los pies. Cuando traté de competir por primera vez en el Festival de la Leyenda Vallenata en 1969, me di cuenta de muchas cosas. A los competidores, a los juglares, no les daban pasaje de bus, no les daban comida, no les daban alojamiento, ni dinero para nada. Y, a pesar de esto, ellos dejaban sus trabajos algunos días para poder ir a competir. En cambio, a los invitados que venían de otros lugares sí les regalaban parrandas con los competidores (parrandas gratis, sin pagarles a los músicos), y a ellos sí les daban whisky, comida, etcétera.

Entonces, yo reclamé por todas estas cosas y me gané la antipatía del Festival de la Leyenda Vallenata. Por eso, hoy en día contratan a todo el mundo, menos a mí, y le hacen homenaje a todo el mundo, menos a mí.

Los Pequeños Vallenatos, ¿cómo fue pertenecer a una orquesta cuando todavía era un niño y qué nos puede contar de esa experiencia en la que trabajó junto a otro maestro de la música colombiana, como Arnulfo Briceño?

Yo tenía nueve o 10 años cuando mi papá se enfermó. Le dio cáncer cutáneo y debía operarse en el Instituto Nacional de Cancerología que existía en esa época en Bogotá, esto fue en 1953. Yo tocaba en los viejos trolebuses, esos viejos buses eléctricos que existían en Bogotá, y recogía las moneditas en un sombrerito. Un día, un ladrón pasó corriendo y me robó el acordeón. La salvación fue que, en la Universidad Nacional, yo amenizaba el almuerzo de los estudiantes costeños tocándoles vallenatos, entonces, entre ellos reunieron plata para que yo pudiera comprarme un acordeón, que me costó 12 pesos, recuerdo.

Los Pequeños Vallenatos se formó porque, en esa época, el viaje de Sincelejo a Bogotá duraba unas 36 horas. Por eso, nos tocó quedarnos unos días en Bucaramanga, donde mi papá conoció al profesor José Rodríguez, quien nos presentó a Arnulfo Briceño y a los hermanos Hernández, con ellos creamos Los Pequeños Vallenatos.

El director era Arnulfo, y fue ahí cuando conocí un vallenato que él compuso, llamado ‘La Quinceañera’: “Escúchame, quinceañera, este paseo sabroso / eres flor en primavera, tu cuerpo es maravilloso”. Cuando él me la tarareó, la agarré de inmediato en el acordeón, y desde ese momento me empezaron a decir ‘El Prodigio del Acordeón’. Siempre respeté mucho a Arnulfo; era un genio.


“Para mí, los tres mejores compositores son: Leandro Díaz, Rafael Escalona y, un poquitico por encima de ellos, Calixto Ochoa”


Diego Mutis

¿Qué es lo que tienen Los Corraleros de Majagual para ayudar a forjar grandes maestros de la música colombiana? Esta usted, Julio Ernesto Estrada ‘Fruko’, Lisandro Meza, Eliseo Herrera, Calixto Ochoa…

Cuando mi papá murió en 1958, se me quitaron las ganas de tocar el acordeón, pero unos muchachos de un caserío cerca de donde yo vivía querían que les enseñara. Al final me convencieron, y después de tanto tocar, se me dañó mi acordeón. Calixto Ochoa era el juglar más famoso del momento, con canciones como ‘El niño inteligente’ y ‘Lirio rojo’, pero era aún más famoso por arreglar acordeones. Él cambiaba hasta los tonos para que quedaran mejor. Los muchachos a los que les estaba enseñando me llevaron donde Calixto, y ahí fue cuando lo conocí.

Calixto Ochoa era muy ‘mamador de gallo’. Cuando nos vimos por primera vez, yo no tenía ropa adecuada, solo unos zapatos que me regaló un señor una vez que le toqué el acordeón. El problema era que yo calzaba 38 y los zapatos eran 42 [Risas]. Entonces, cuando Calixto me vio, dijo: “Ñato, ¿esos zapatos de payaso dónde los conseguiste?”, y caímos en gracia inmediatamente. Hubo tanta empatía que me quedé viviendo con él. Me prestaba los acordeones para ir a tocar en las cantinas que se formaban debajo de los palcos de las corraleras en las fiestas de toros.

Un día, llegó a la finca en Sincelejo (en esa época no había teléfonos en las casas) una persona de Telecom que preguntó por Calixto Ochoa, que lo estaban llamando desde Medellín, un señor llamado Toño Fuentes. Fuimos los dos a recibir la llamada en la tienda, y Toño le preguntó: “Oye, ¿tú conoces a un muchacho que toca el acordeón debajo de los palcos de las corraleras?”. Claro, Calixto le respondió que sí, que ese pelado se llama Alfredo Gutiérrez y vivía con él. Nos mandó a llevar a Medellín porque yo era el único que tocaba las guarachas como Aníbal Velásquez, quien fue un fenómeno un poco antes de mí y revolucionó el acordeón al mezclarlo con la música cubana y otros géneros. Tocaba muy rápido, y yo era el único que también podía tocar así de rápido. Toño Fuentes quería hacerle competencia a Aníbal Velásquez.

Viajamos en un avión que paraba en todas las poblaciones del río Magdalena, y cuando llegamos a Medellín y Toño Fuentes me vio tocando, se emocionó. Pero como yo no era conocido, comenzamos tocando yo el acordeón, con Calixto Ochoa y César Castro cantando. La primera canción que grabé fue ‘El porro Majagual’.

Después del primer disco que grabamos, nos llamaron como a los 15 días. Toño Fuentes dijo: “Tenemos que bajar a Aníbal Velásquez” [Risas], y ahí surgió la idea de crear Los Corraleros de Majagual en 1961. Se nombró así porque Calixto Ochoa vivía en la plaza de Majagual.

Posteriormente llegaron otros grandes artistas, pero inicialmente éramos Calixto Ochoa, César Castro y yo. Para el segundo volumen entró Lucho Pérez, que luego fue famoso con el nombre de Lucho Argaín y la Sonora Dinamita, con la canción ‘Se me perdió la cadenita’. Una vez, en Cartagena, se me presentó un negrito que cantaba unos trabalenguas a una velocidad impresionante, este pelado era único en el mundo, lo trajimos, y era el gran Eliseo Herrera. Lisandro Meza llegó a reemplazarme en el acordeón cuando me fui; un compositor y acordeonero muy bueno.

Los Corraleros de Majagual tuvieron tanta fama que todo cantante tropical quería grabar con nosotros. Más adelante, sucedió que el nombre Los Corraleros de Majagual, inventado por Calixto Ochoa y por mí, fue registrado por la disquera. Eso me dolió mucho, y en 1965 me fui a Sonolux, lo que me permitió llegar a otros países cuando grabé ‘La banda borracha’, que fue un éxito en México y, por supuesto, en Colombia, pero ya no podía utilizar el nombre Los Corraleros de Majagual.

Para responder un poco más a tu pregunta, Los Corraleros de Majagual se volvieron la universidad de la música tropical en Colombia. Todo el que quería ser famoso buscaba la manera de cantar o tocar con nosotros.


“Si el vallenato sigue con estos peladitos de escuela, que cantan canciones en las que la letra no lleva ningún mensaje, me duele mucho decirlo, pero el vallenato podría desaparecer”.


Cambiando un poco de tema, el juglar vallenato está en vía de extinción. ¿Cree que eso está afectando al vallenato clásico? O siendo un poco más pesimistas, ¿cree que el vallenato clásico está en vía de extinción?

Entre los años 70 y 90, en Colombia se escuchaba mucho vallenato, y llegaron unos jovencitos a tocar lo que yo llamo ‘vallenato llorón’. Claro, hubo algunos grupos muy famosos, como Los Diablitos, pero ocurrió lo mismo que con el reggaetón, muchas canciones se volvían famosas, pero a la semana ya había una más famosa, y así sucesivamente, lo que causaba que mucha música se olvidara rápidamente.

Volviendo al vallenato clásico, yo lo noto cuando me toca compartir escenario con gente de otros géneros. El vallenato clásico siempre levanta a la gente; cantan a todo pulmón, se saben todas las letras. En este sentido, se nota que no está en vía de extinción, pero para los medios noveleros sí está en vías de extinción. Esto es porque el nuevo vallenato que se está haciendo se ha fusionado mucho con la nueva ‘música popular’, que es la música mexicana interpretada por artistas de aquí. Esta corriente ha tenido grandes exponentes como Darío Gómez, pero esa cercanía entre los géneros está afectando al vallenato.

También hay que recalcar que el juglar se ha extinguido. Como te mencionaba al principio, ahora los jóvenes aprenden a tocar en una escuela, mientras que los verdaderos juglares aprendimos de manera empírica. En ese sentido, sí, el juglar está desapareciendo, porque la mayoría de los grandes ya han muerto y no ha habido nuevas generaciones de juglares.

Diego Mutis

El vallenato está de luto con la partida de Omar Geles y Egidio Cuadrado… Aparte de usted, ¿todavía contamos con grandes acordeoneros de vallenatos clásicos?

Está vivo, aunque no está ejerciendo, Emiliano Zuleta, el hermano de Poncho Zuleta, de la famosa agrupación Los Hermanos Zuleta. Entre las voces que todavía tenemos están Poncho, a quien te acabo de mencionar, Iván Villazón, la voz tenor del vallenato, y de una generación intermedia, Peter Manjarrés, que tiene una muy buena voz.

Volviendo a lo que hablábamos al inicio, ¿cuál es su perspectiva del vallenato hoy en día?

Si el vallenato sigue con estos peladitos de escuela, que cantan canciones en las que la letra no lleva ningún mensaje, me duele mucho decirlo, pero el vallenato podría desaparecer. Eso sí, aclarando que lo que nunca va a desaparecer son los vallenatos clásicos, los vallenatos del juglar, las canciones mías, las de Leandro Díaz, Rafael Escalona… esas canciones jamás van a desaparecer. Pero el vallenato moderno sí va a desaparecer. Como te decía antes, el vallenato ahora es hermanito de la música popular y del reggaetón.

Hablando de sus canciones, usted ha hecho y le han hecho varios homenajes. Primero le voy a preguntar por uno que usted hizo, Tributo a Leandro Díaz, para mí de los mejores compositores de toda Colombia. ¿Usted conoció a Leandro Díaz? ¿Por qué decidió hacer este homenaje?

Para mí, los tres mejores compositores son: Leandro Díaz, Rafael Escalona y, un poquitico por encima de ellos, Calixto Ochoa, porque él, además del vallenato, compuso mucha de nuestra música tropical, como ‘El africano’.

A Leandro Díaz lo conocí por un amigo mío, Julio César Oñate, uno de los pocos historiadores de la música vallenata, él sí que es una Biblia del vallenato. Un día, en una parranda en Valledupar, escuché a un pelado cantando una canción de un tal Leandro Díaz, una canción llamada ‘Matilde Lina’. Entonces, me la tarareó un poquito, porque no la sabía muy bien, pero a mí me encantó una estrofa que cantó: “Cuando Matilde camina, hasta sonríe la sabana”.

Ahí mismo le dije a Julio que me llevara a conocer a este Leandro, que no vivía en Valledupar; debíamos ir a San Diego, el pueblito donde él vivía. Allá lo conocí, y él tocaba sin acordeón, tenía un trío de guitarras y la guacharaca. Le pedí que me cantara esta canción, ‘Matilde Lina’, ¡qué cosa tan bella, esa canción es una poesía! Esta canción me conmovió tanto, además, yo estaba en un gran momento de mi carrera, ya había pasado por Los Corraleros de Majagual y había lanzado varios discos a mi nombre, pero, aun así, estuvo difícil conseguir la canción, muchas personas querían grabarla, pero al final me la dejó a mí. Le dije: “Leandro, mañana mismo voy a hacer una llamada a Codiscos en Medellín para que te den un anticipo por la canción”. Después de eso, Codiscos lo contrató como compositor exclusivo y le pagaban una mensualidad.

Él y yo tuvimos una gran amistad; él siempre me llamaba para mostrarme las canciones que tenía. Yo le grabé como 20 o 25 de sus canciones.


“Los Corraleros de Majagual tuvieron tanta fama que todo cantante tropical quería grabar con nosotros […] se volvieron la universidad de la música tropical en Colombia. Todo el que quería ser famoso buscaba la manera de cantar o tocar con nosotros”.


Ahora hablemos de Alfredo Gutiérrez con los que son, ¿algún artista invitado faltó en ese disco, que le hubiera gustado que estuviera?

Hombre, claro que sí. Diomedes Díaz, la admiración que él sentía por mí era única; siempre me saludaba diciendo: “Hola, monstruo del acordeón”. También me decía: “He grabado con todo el mundo, pero tengo que grabar con usted”.

Él trabajaba para la CBS, que luego se convirtió en Sony, y yo me salí de la disquera en la que estaba en ese momento para trabajar con él. Ya le estaba montando todo, pero fue cuando empezó con sus loqueras y se perdió, no llegó. Lo único que pudimos hacer Diomedes y yo fue para un especial que quería hacer Jorge Barón con los dos, pero tuvimos tan mala suerte que solo logramos grabar una canción, ‘Cantando’, porque se fue la luz a las 9 a.m. en el estudio y volvió hasta la medianoche. En el mes en que él murió, ya estaba todo listo para grabar con él en Barranquilla, pero se nos fue. Me quedé con muchas ganas de grabar con él, porque, de resto, he grabado con todos los grandes.

¿Cómo fue su proceso creativo o qué nos puede contar de cuando compuso ‘Ojos indios’ o ‘La paloma Guarumera’?

Si yo le contara que la mayoría de las canciones de mi autoría fueron compuestas en el mismo estudio de grabación, y prácticamente la música también… Gracias a Dios siempre estuve acompañado de unos músicos increíbles, yo les tarareaba lo que quería para la canción, y dentro del mismo estudio todos sacaban y entendían lo que tenían que hacer. Después de que grabábamos y salían las canciones, yo tenía que escucharlas varias veces porque ya no me acordaba de lo que había compuesto [Risas], porque, claro, prácticamente me inventaba todo en el estudio.

‘La paloma Guarumera’ surgió de una parranda en una fiesta de toros en San Andrés de Sotavento, en el departamento de Córdoba. Cuando terminamos de tocar, nos fuimos con unos amigos a tomarnos unos tragos. Fue la primera vez que de verdad me sentí borracho, porque yo nunca fui de beber tanto. Salimos todos borrachos, el chofer, Calixto Ochoa… y la vía para la finca donde nos íbamos a quedar no era carretera, era una vía pequeña, e íbamos en un Jeep de esos de la Segunda Guerra Mundial. Cuando nos dimos con un árbol grande, una ceiba, nos quedamos dormidos todos en el camino de arena que estaba suavecito. A las 8 a.m., los rayos del sol nos empezaron a despertar, y yo sentía algo cayendo en mi cara. Al mismo tiempo, escuchaba el cantar de una paloma. Lo que me caía en la cara era la caca de la paloma [Risas]. De esa anécdota surgió ‘La paloma Guarumera’.

Ya en épocas decembrinas, “Festival en Guararé” empieza a sonar más de lo normal. ¿Cómo fue la producción de esta canción y por qué decidió grabarla?

En 1962 fue mi primera salida del país, a Panamá, y me tocó alternar escenario con uno de los más grandes músicos de ese país, Dorindo Cárdenas. También hay que mencionar que, al igual que en Valledupar, el acordeón es el instrumento esencial en Panamá. Él tenía una canción muy famosa llamada ‘Décimoquinto Festival en Guararé’, un nombre larguísimo para una canción, y además no tenía letra; solo tenía una cantante, que en realidad más que cantante, hacía unos gritos llamados “salomas”, que son los que yo hago en la canción. Cuando escuché esa canción y esos gritos de la cantante, inmediatamente me puse a ponerle letra. En 1963 la grabé y se volvió todo un éxito.

Para terminar, además de su música ¿cuál es el legado que usted le deja a Colombia?

Yo, más que todo, dejo un ejemplo, porque mi música es para bailar y para enamorar. Como dice en mi libro, escrito por mi compadre Fausto Pérez Villareal: “Alfredo Gutiérrez es el mejor ejemplo del folclor colombiano, porque, además de ejecutarlo, cantarlo y tocarlo, se preocupó por hacerle arreglos, sin quitarle su esencia”. Y es que yo implementé esas letras hermosas de los boleros al vallenato, sin quitarle su esencia.


“El vallenato que se hace hoy en día también es muy diferente; diría que hasta se ha convertido en un hermanito del reggaetón”


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