Pirry: El francotirador dispara sin silenciador


La corrupción ya no es lo que parecía ser; ha dejado de ser vista como un tema de bandidos barrigones que llegan al Congreso para torcer auxilios parlamentarios. Se ha transformado en una gangrena propagada por políticos, empresarios del sector privado, funcionarios públicos y yuppies graduados en las mejores universidades. Sin embargo, lo que más nos impresiona es encontrar que lo que antes era (a simple vista) el robo de nuestros recursos públicos, hoy nos muestra sus verdaderas consecuencias: un sistema de salud que mata gente en los andenes de los hospitales y hace puentes donde no hay ríos, un Estado que deja morir niños de hambre y una industria criminal que contrata sicarios —con moto, con curul, o con apellidos de niño bien— para callar por cualquier medio a quien pretenda denunciarla.

De todos modos, Pirry sabe de eso más que nosotros; ha vivido en carne propia las acciones de ese monstruo. Por eso preferimos hablar con él para entender todo un poco mejor. Acá está lo que nos dijo.

SIMÓN RESTREPO

Tras los avances en el proceso de paz con las Farc, está la sensación de que el problema ahora es la corrupción. Usted, que tiene una perspectiva que pocos colombianos pueden alcanzar, ¿cree que la corrupción es realmente el peor de nuestros males?

Eso yo lo he dicho desde que empecé a ejercer el oficio de periodista… es el peor de nuestros males y ha logrado arraigarse en nuestra sociedad sin que nos demos cuenta. El hecho de que nos vendan la guerra, la guerrilla, de que nos tengan tanto tiempo convencidos de ponerle atención, es una prueba de que la corrupción es tan poderosa que inclusive es capaz de eso.

Entre los candidatos presidenciales y sus partidos políticos no hay ninguno que no haya tenido al menos una investigación, y tampoco hay uno que esté libre de una investigación, siempre han recurrido al miedo, al caos y a la desinformación para mantener nuestra atención en otra parte.

Entonces vamos de escándalo en escándalo. Las Farc han sido un gran problema para Colombia, eso no se niega, pero antes del proceso de paz siempre estaba la cortina de humo de la guerra. Y tal vez por eso no veíamos tanto el problema de la corrupción. Sin embargo, llegamos al punto en que estamos ahora, en donde tal vez la corrupción no se haya multiplicado, sino que desde investigaciones en el exterior quedan en evidencia una cantidad de asuntos podridos que habrían podido pasar de largo.

Este latigazo de Odebrecht —que no solo le está pegando a Colombia sino a toda Latinoamérica— está obligando a todos estos países a caer en la cuenta, por enésima vez, de que el mayor problema que tenemos es la corrupción.

Usted cuenta los sobrecostos en Reficar y encuentra que fueron 4 billones de dólares. A la gente ni siquiera le cabe la cifra en la cabeza. Si usted compara eso con lo que aspira el Gobierno a percibir por el incremento en el IVA este año… si no hubiéramos perdido esa plata no necesitaríamos una reforma tributaria.

O proyecte eso a las deficiencias en salud. O a las vías 4G que no se han terminado… se hubieran hecho dos vías de 4G con ese dinero. De esa magnitud es la podredumbre y la cantidad de dinero que se lleva la corrupción.

Ahora, no solo es el mayor de los males por el daño económico que le causa al país, porque así como el narcotráfico creó toda una cultura de la ilegalidad, la corrupción lleva creando en el país una cultura de la trampa y de que la política está hecha para enriquecerse. Yo no podría hacer un estimativo, pero decir cuánta gente entra a postularse a un cargo público de elección popular para hacer patria, y cuántos lo hacen con la clara intención de enriquecerse o continuar el enriquecimiento de la gente que les heredó el puesto… el porcentaje de gente que de verdad quiere hacer servicio público es mínimo. Y ahí están las cifras. Es evidente y es un problema que empieza desde el secretario del juzgado, desde el funcionario de la notaría, y que empieza a subir hasta llegar a las candidaturas presidenciales.

Tal como lo dicen un par de premios Nobel en un libro que se llama Por qué fracasan los países, una consecuencia de estas instituciones débiles y de la corrupción es la desigualdad social. Esta desigualdad es histórica en el país. Y aunque no lo queramos admitir ni ver, uno tiene que revisar su historia para ver qué ha pasado en Colombia. Que las guerrillas terminaron convirtiéndose en narcotraficantes, que se corrompieron, es cierto. Pero si usted mira cómo nacieron, fue precisamente por culpa de esa desigualdad, producto de la corrupción. Tirofijo era un guerrillero liberal, de unas guerrillas que nacieron por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. De un movimiento de Gaitán que nace del inconformismo de la gente contra el poder de la derecha de ese tiempo, representada por el Partido Conservador, dueño de la tierra.

Es tanto, que ese problema de la tierra —uno de los que más alimenta la corrupción— sigue, y la brecha social se sigue abriendo. Entonces creo que la corrupción históricamente no solo nos ha causado todo ese daño económico, todo ese daño social, sino que ha sido uno de los principales contribuyentes al conflicto.

¿Hay algún caso de corrupción que lo aterre en particular, no solo por la magnitud, sino por otros factores?

En Colombia hay un caso de esas magnitudes casi anualmente, desde que yo tengo memoria, desde el caso del Guavio, que se quedó ahí, o el caso del Banco del Pacífico durante el gobierno de Pastrana. Empieza uno a ver una seguidilla y es difícil encontrar uno en particular. Pero si hay uno que me horroriza especialmente es el de La Guajira. Porque no solo es la corrupción, una corrupción tan enquistada y poderosa que el Gobierno no tiene cómo pararla, y termina cediendo su ética y su moral, avalando a candidatos de dudosa procedencia que mantienen toda la corrupción de La Guajira. Este tiene como agravante que, siendo uno de los departamentos que más ha recibido regalías, estas se esfumaron. Y esas regalías eran, en gran parte, con las que se tenían que alimentar los ya más de 5 mil niños muertos por inanición. Entonces en ese caso de La Guajira, la corrupción muestra todos sus dientes y todos sus síntomas. Yo digo que la corrupción es como un virus: infecta, y cada vez que usted quiere hacer algo en su contra, muta, cambia, pero sigue ahí.

Entonces cuando comenzó el escándalo nadie nunca respondió por la plata que se feriaron en la mesa wayúu en complicidad con los políticos de La Guajira para robarse todo ese dinero que debería ser culpa de la mortandad infantil al Fenómeno del Niño, a la sequía, a que no hay pozos, a que los ríos… y es que no tiene por qué no haber pozos si es que había girada mucha plata para esos pozos, y simplemente fue dilapidada.

Claramente aquí la corrupción es causante de un genocidio, porque lo que ha matado a esos niños de hambre es la corrupción. Yo creo que ese elemento casi destructivo, casi terrorista de la corrupción es algo que la gente debería empezar a meterse en su cabeza. Porque la corrupción y los corruptos merecen estar en el mismo nivel de juicio público que la mayoría de los criminales de este país.

¿Quién ha asesinado tantos niños en Colombia? ¿Quién llega a esos récords? La corrupción y la guerra. Y son un círculo que se da entre las dos.

Hace unos días, viendo unos documentales sobre Rodríguez Gacha y Pablo Escobar, escuché a alguien decir que los políticos habían corrompido al narcotráfico.

[Risas] Puede sonar chistoso, pero si usted se pone a ver, tiene algo de cierto. Pablo Escobar fue un delincuente absolutamente pródigo en hacer dinero vendiendo coca, y pasó bajo la sombra mientras no quiso meterse con la política. De pronto le dio por ser político y quiso ser admitido por esa clase dirigente. ¿Cuál fue el resultado de eso? Obviamente los políticos —que son, en muchos casos, muy prostitutas— dejaron rápidamente que esos dineros permearan sus campañas. Y además Pablo Escobar adquirió visibilidad y formó esta guerra contra el Estado para no dejarse extraditar, y todas las consecuencias que hemos visto. Entonces digamos que es una afirmación que puede sonar un poco a chiste, pero yo creo que tiene mucho de verdad.

¿Siente que exista alguna posibilidad de derrotar a ese virus?

Yo muchas veces me siento absolutamente desesperanzado. Pienso: “Si no ha pasado nada con este caso de Samper y todos estos escándalos hasta nuestros días, y no ha pasado nada con este y con este, esta vaina como que no tiene arreglo”. De vez en cuanto uno recupera la esperanza cuando uno que otro cae, y ese paga por todos. Por lo menos Samuel Moreno y su hermano, Iván Moreno, están en la cárcel, por lo menos los Nule están en la cárcel.

Pero termina uno dándose cuenta de que hay unos poderes que siguen ahí, y aunque lleguen a pagar cárcel, desde allá crean sus cacicazgos y las mismas familias continúan. Entonces sí, el Gordo García puede estar en la cárcel por la masacre de Macayepo, pero su familia sigue heredando el poder político y moviendo los hilos del poder en su región.

Otro ejemplo es ese poder tan terrible que tienen personajes como el Ñoño Elías y Musa Besaile en la política colombiana, no solo en su región, sino que ellos pueden poner y quitar un presidente. Uno se da cuenta de que ellos han jugado con todos los jugadores. Ahora juegan con Santos, pero en su momento jugaron con Uribe, y terminan de alguna manera decidiendo, más que el votante, quién va a subir al poder, con la certeza de que si algún día les abren una investigación que los condene, tienen una estructura ya armada para su continuismo.

Sin embargo, cuando me siento así muy pesimista, trato de ir a la literatura que me puede dar algo de esperanza.


“Yo digo que la corrupción es como un virus: infecta, y cada vez que usted quiere hacer algo en su contra, muta, cambia, pero sigue ahí”


Chomsky, por ejemplo, para mirar cómo en los 60 se gestó el movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos. Eso demostró que un país puede cambiar un sistema corrupto, que fue lo que sucedió en ese entonces.

Sin embargo, el mismo Chomsky dice que el temor es la represalia del sistema corrupto contra ese movimiento. Y en Estados Unidos se dio. Aunque el movimiento fue muy exitoso, el contragolpe de las grandes corporaciones y del Gobierno, con Reagan desregularizando la banca, fue mucho más desastroso. Y en Colombia lo veo aún más difícil porque en EE. UU., debido a un nivel de educación más alto en esa época, era posible hacerla llegar a un acuerdo por lo menos en lo esencial. Pero acá, encima de todos los problemas hereque tenemos, hay ignorancia y desinformación patrocinadas precisamente por las entidades corruptas. Entonces es muy difícil que los colombianos nos pongamos de acuerdo. Se dio con el plebiscito, con los escándalos de Odebrecth, que la gente está sufriendo las consecuencias de una reforma tributaria que no deberíamos estar pagando. La gente ve ya, por ejemplo, que al candidato del Centro Democrático no le ha quedado más remedio que decir: “Sí, la plata entró, pero yo no me di cuenta”. Y aunque todos lo estamos viendo, no somos capaces de condenar eso, sino que nos manipulan, y los que son fans del Centro Democrático no condenan a sus propios funcionarios, pero sí señalan al otro, y viceversa, y nos mantienen en esa división. Muy pocas veces he visto realmente que el pueblo colombiano se pueda poner de acuerdo en algo.

Obviamente existe una responsabilidad de los medios masivos en esa ignorancia y en esa desinformación de las que habla usted.

Mire, eso es acá y en Cafarnaúm. Una vez en un Hay Festival en el que estaban dando una charla Caballero y el director de El Tiempo, Roberto Pombo, sobre la época en que ellos eran unos periodistas contestatarios de la revista Alternativa, un medio de izquierda. Les preguntaba: “¿Qué ejerce más presión sobre un periodista, el poder político o el poder económico?” Ambos estuvieron de acuerdo en que es el poder económico.

Al final puede que los medios quieran ser ecuánimes, pero en la medida en que representen poderes económicos, siempre habrá algo que van a tener que defender. Y va a ser muy difícil tener una objetividad total. Y en algunos casos les va a quedar de para arriba y, en otros, van a ser osados descaradamente para distraer la atención y para manejar la opinión del país. El asunto es que el colombiano promedio —desde mi punto de vista— se arma su capacidad de criterio a partir del líder político, del titular de prensa y del titular del noticiero. Pero no se sienta con juicio a leer la investigación, no se preocupa por informarse bien, entonces la opinión y el periodismo se han convertido en una cosa de chismes y desinformaciones y la gente se cree eso, y según eso opina y vota.

Hay una gran responsabilidad de los medios de comunicación, de ese lado oscuro de los medios al favorecer la corrupción. Pero también hay que decir, que de no ser por el periodismo y por muchos periodistas, la mayoría de casos de corrupción pasarían de largo; uno se da cuenta de que muchas historias terminan en investigación porque un periodista investigó y llamó la atención sobre algo.

SIMÓN RESTREPO

Creo que en un país donde muchas veces la justicia falla, termina siendo el periodismo el que pone en la agenda pública al corrupto y el que pone las evidencias para que el Estado termine investigándolo.

¿Cómo describiría su experiencia frente a ese lado oscuro de los medios aparte de lo que está pasando en estas semanas?

Lo que está pasando ahora es algo en lo que tristemente no puedo dar por sentado nada porque no tengo pruebas. Este es un caso que ha estado basado en rumores, y yo diré que a nosotros nos callaron por tal razón cuando tenga la grabación, cuando tenga el documento que lo pruebe. Por ahora solo puedo decir lo que me han dicho sobre las razones por las que nos cerraron.

Hay muchos casos en Colombia que han sido juzgados por la opinión pública mucho antes de que se inicie un juicio de verdad. Entonces esa irresponsabilidad buscando la chiva, lanzando la información sin una investigación profunda, ha causado grandes problemas. Solo un ejemplo: cuando se expuso el caso de Agro Ingreso Seguro, ¿qué hicieron los dueños del medio? Cerrarlo. Cerraron la revista Cambio. Esas son las dos caras, la buena y la mala. La cara buena de los investigadores que se arriesgaron a hacer una investigación y publicarla; y la cara vendida que, bajo la presión del establecimiento o de la denuncia que se estaba haciendo ahí, deciden quemar el sofá, cerrar el medio de comunicación y dejar a los periodistas sin trabajo.

¿Qué tanta autocensura cree que exista en los medios colombianos?

Bueno esa es una pregunta que habría que hacerle a cada periodista; yo no podría decir qué tanto se autocensuran otros medios. Yo pensaría que hay medios más libres, más objetivos que otros, yo podría decir que un noticiero como Noticias Uno para mí tiene más credibilidad que otros grandes noticieros. Y creo que tiene que ver con que, al no pertenecer a un gran grupo económico, tienen más libertad. Pero, digamos, ¿cómo saber qué tanta autocensura haya dentro de El Tiempo desde que lo cogió Sarmiento Angulo? Tendríamos que estar ahí para saberlo. En mi caso, yo puedo decir con orgullo que, durante muchísimos años, casi 16, que fue mi primera etapa trabajando con el Canal RCN antes de que me fuera a mi año sabático, tuvimos una posición que muchas veces ni yo entendía, porque a mí y a mi equipo nos dieron total libertad editorial y de contenido.

Hubo momentos en que tuvimos encontrones y discusiones fuertes, pero siempre fueron después del programa. A mí en 16 años nunca me dijeron: “Muestre a ver qué es lo que va a publicar”. Cuando a uno no lo está censurando su jefe y no hay nadie tratando de torcerlo, ya el único que se puede censurar es uno mismo. ¿Y qué lo puede llevar a uno a la autocensura? Que tenga un interés en su carrera y diga: “No me quiero meter con este tipo porque yo quiero escalar en esta posición”, o que le dé miedo perder su trabajo, o que le dé miedo perder la vida. Porque muchas veces no hay necesidad de que a usted lo amenacen para sentir que se va a meter con unos poderes que seguramente van a desencadenar algo peligroso.

En el caso de nuestro programa, yo le diría que nunca la hubo. Al punto en el que asumimos los riesgos de tocar todos los temas. Entonces llegaban mis investigadores con temas que tenían que ver con el paramilitarismo, con bandas criminales o con oficinas delincuenciales que uno casi que decía en el consejo de redacción: “Está buenísimo este tema, pero ¿por qué nos tuvo que caer a nosotros?”. Pero depende de su manera de pensar y de asumir su oficio de periodista lo que usted haga con cada uno de esos temas; nosotros después del consejo de redacción terminábamos sintiéndonos más comprometidos. Es una cuestión de principios: “¿Qué? ¿Se va a callar?”.

Eso genera que usted tenga que aguantarse desde un montón de intimidación jurídica, que es una de las primeras herramientas que utilizan para callarlo a usted, asustarlo con la demanda, con la cárcel, etc. Luego viene una intimidación más de opinión, contratarle una oficina para que le ponga a usted trolls en las redes para desprestigiarlo, a botar mentiras, grandes… porque saben, así como decía Goebbels, el jefe de prensa de Hitler: “Calumniar, calumniar, calumniar, que de la calumnia algo queda”, y eso lo vemos todos los días en las redes. Esa es otra forma. Hasta la última herramienta de la intimidación que es ya la amenaza y la insinuación de que su vida está en peligro.

Nosotros tuvimos que enfrentar las tres, pero las sobrevivimos al aire. Al final, cuando yo pedí mi año sabático, fue más por un desgaste y por una decepción por la manera como se manejaba el programa, que nos ponían a alternar con el periodismo de Eccehomo Cetina [Crónicas RCN] y a mí me pareció un irrespeto con nuestro equipo y con nuestros televidentes. Y dije: “Es el momento de descansar”. Perdí ese romanticismo al ver que no le tenían el respeto al producto que durante mucho tiempo fue el programa de opinión con mayor audiencia y mayor credibilidad.

Nunca vi entre mis periodistas, ni en nuestras sesiones de equipo, la autocensura. Era nuestra manera de ver las cosas, y como siempre se nos dio tanta libertad, esa libertad no era un privilegio sino una responsabilidad. Siempre se sentía más comprometido uno con el tema cuando era más peludo.

Nosotros tratamos siempre de no autocensurarnos, pero yo no le podría decir a usted cómo funciona con otros periodistas. Usted ve el noticiero y no sabe si el reportero se está autocensurando. Es un tema que hemos tocado muchas veces en charlas y conferencias que organiza la Fundación para la Libertad de Prensa, y es un elemento que queda ahí como para la reflexión de los periodistas.


“Muchas veces tuvimos que ir a las regiones a hacer historias de periodistas muertos o amenazados, porque allá no tienen el respaldo para hablar libremente”


Creo que, sobre todo en las regiones, hay mucho periodista que no tiene el apoyo; uno en Bogotá está seguro, respaldado por todo, porque todo lo que pasa acá tiene gran cubrimiento, es difícil tapar las cosas. Pero si usted es un periodista de provincia, y a su medio le paga la campaña del alcalde, y quiere denunciar a ese alcalde por corrupto, lo primero que le peligra es su puesto. Lo segundo es que las fuerzas armadas de turno en ese lugar que están aliadas con el alcalde le caen al hombre, entonces uno muchas veces entiende por qué se pueden dar esos casos en las regiones, o muchas veces termina en que matan al periodista. Muchas veces tuvimos que ir a las regiones a hacer historias de periodistas muertos o amenazados, porque allá no tienen el respaldo para hablar libremente.

¿Cuál fue su reacción cuando le informaron que el nuevo programa no iba a salir al aire?

Primero fue como de incredulidad porque no me lo esperaba. Hay una anécdota con la historia de Lizcano [presidente del Congreso involucrado en un asunto de tierras despojadas que salió a la luz a partir del trabajo del equipo de Pirry] y es que cuando la empezamos a hacer yo le decía a Diana, la periodista que la trajo: “Uy, esto tenemos que pasarlo en el segundo programa, porque si lo ponemos en el primero no cierran”. Pero yo no se lo dije por nada en especial, sino por el tamaño del personaje que era Lizcano. Esa es una anécdota, nos reímos y seguimos haciéndola. Mientras hacíamos esa investigación, nos habían dado luz verde hace rato, nos habían dicho desde presidencia que les gustaba el piloto, que les entusiasmaba el producto, que saliéramos ya, que si queríamos saliéramos en diciembre. Y dijimos: “No tan de afán porque en diciembre hay muchos apagados, se bajan los ratings, arranquemos en enero”, e íbamos a arrancar a finales de enero, hasta que se dieron cuenta en la última semana de enero era Miss Universo, entonces esperamos un fin de semana más.

Mientras tanto salían promociones al aire y me empezó a dar ese pánico escénico como que ya íbamos a salir. “Pirry ya vuelve”. El proyecto nuestro no es solo para televisión, sino también para digital, entonces teníamos página y teníamos canal de YouTube. Ya habíamos empezado a soltar cosas por el canal de YouTube y por la página. Para mí era más que un hecho que iba a salir.

Entonces cuando me llamaron a decirme: “Es que necesitamos hablar contigo”, los nervios eran de: “Uy, ya vamos a salir, qué emoción, pero también qué angustia. Volver con esas denuncias y volver al aire y ver si a la gente le gusta”. Entonces me dijeron que estuvieron revisando y que les parece que la parrilla del canal está funcionando bien así. Nuestro programa había quedado suspendido. Mi primera reacción fue de incredulidad, ¿no? Ayer íbamos a salir y hoy no cabemos en la parrilla”. Después fue como de decepción porque yo no tengo una prueba o una evidencia para decir: “Nos cerraron por la presión de este personaje o de este otro”.

Pero definitivamente la respuesta que me dieron para cerrarnos no me convencía. Y cerraba de una manera un poco triste una relación que yo había mantenido, creo, de lado y lado, con mi interlocutor con el canal que es el presidente Gabriel Reyes. Yo decía: “El canal tiene su línea editorial, pero a nosotros nos ha dejado siempre hablar”. Eso me hacía tenerles algo de respeto. ¿Así vamos a terminar esta relación de 16 años?

Ya luego me di cuenta y en segundos uno asume qué es lo que está pasando y esas decisiones en esos medios suceden así: usted está por la mañana y por la tarde ya no está. Lo primero que pensé fue: “Ahora tengo que bajar, reunir a un equipo de periodistas que me traje de varios medios, que los convencí teniendo como aval una marca que se llama RCN que nos garantizaba que íbamos a tener por lo menos 10 programas y, según el comportamiento de esos 10 programas, seguir. Ahora tengo que bajar a decirles, después de todo lo que les dije para que se vinieran a trabajar con nosotros, que no tienen trabajo”. Primero no sabía cómo hacerlo. Le dije al presidente del canal: “Dígame usted, ¿cómo yo les voy a explicar a ellos esto?”. Afortunadamente en eso su respuesta fue digna y respetuosa. “Les vamos a respetar el contrato original”, dijeron. Hasta el momento eso se ha mantenido. Por lo menos que estas personas tengan ese tiempo remunerado para ponerse a buscar trabajo otra vez. Y, además, me daba tristeza porque, como había empezado con un equipo casi totalmente nuevo, era emocionante empezar con periodistas jóvenes que hasta el momento me habían demostrado un gran entusiasmo, de ese que se contagia. Entonces era bonito ver ese equipo y ver el ánimo que le habían metido. Tenía una periodista en ese instante metida en Tumaco —que es una candela—, llamándome a decir: “Me están hablando los cocaleros, me están hablando los disidentes de las Farc”, y yo decía: “Qué verraquera de equipo” y, de pronto, se me desarma todo. Ya para el final, después de haber hablado con todos, había pasado de la sorpresa y la incertidumbre a la decepción total. En este momento yo no sé si quiero volver en un corto plazo a armar un proyecto periodístico porque no era solo que nos estuvieran sacando del programa, sino que se produjera en un momento tan oscuro y triste de la historia de Colombia.

SIMÓN RESTREPO

Los casos de corrupción están saliendo por todas partes. Me sentía metido en ese país que amo, pero me da pereza vivir oyendo esa secuencia de porquerías todos los días, sin final, con un escándalo que tapa al otro y al otro. Esa fue mi reacción, y partir de ahí a lo que me he dedicado es a tratar de terminar algunas investigaciones que hicimos, que por compromiso se las tenemos que entregar al canal. Tratar de que la moral no se me vaya al piso para que por lo menos esas investigaciones que les vamos a entregar, que no sabemos si las vayan a publicar o no, lleven el sello del entusiasmo que mis investigadores le ponían al trabajo.

¿Hay posibilidad de que eso salga, al menos en versión digital?

En este momento no sé ni siquiera si van a salir en digital. Nosotros estábamos trabajando temas como la falta de presencia del Estado en Tumaco, que siempre ha estado abandonado, en un momento en el que disidentes de las Farc, ELN y bacrim quieren ocupar los espacios de la coca, con todos los actores presentes. Teníamos unas investigaciones de unos elefantes blancos de unas dimensiones tremendas, una cantidad de dinero robado realmente escandalosa en Casanare y Yopal principalmente; en Quibdó, en el Meta.

Habíamos logrado encontrar nuevas vetas y facetas que la gente no ha visto, y que hace mucho más escandaloso el tema del cartel de la hemofilia y de los enfermos mentales. Habíamos conseguido fuentes nuevas. Habíamos hablado incluso con la persona encargada de reclutar a los falsos enfermos, que eso no lo había podido hacer nadie todavía. Todo el rumor ha sido que el cierre ha sido por la otra investigación, pero yo no creo que debería haber una limitante para que estas investigaciones salieran. Pero igual, con el proyecto roto, con las relaciones en la manera en que quedaron, no sé si al canal le interese en realidad. Le entregamos cinco programas, pero ya no vamos a salir. ¿Dónde los van a meter? ¿Dónde los van a poner? Y si nos van a poner en digital pues… Yo ya hice la petición. No sé, podrían sorprenderme diciendo que sí salen. Pero estamos en esa incertidumbre.

Habiendo visto todo lo que ha tenido que ver, ¿cuál es su percepción frente al proceso de paz adelantado con las Farc?

Yo fui de los que votó por el sí, y siempre lo dije públicamente, no sin condenar todo el pasado de las Farc. Tuve la oportunidad de hacer un programa sobre justicia transicional en Suráfrica. Y eso me da por lo menos los elementos para entender qué es un proceso de justicia transicional. Que es algo que creo que no se le ha logrado explicar a la gente. La justicia transicional nace después de los juicios de Nuremberg, después de la Segunda Guerra Mundial, y esa justicia se tiene que aplicar para acabar un conflicto civil o entre dos países. Como hay tanta gente involucrada, no se puede meter toda a la cárcel, sino que se tiene que buscar a los grandes responsables, y que, si es preciso para llegar a una paz total, las víctimas perdonen y los victimarios se comprometan a pedir perdón, pero además a resarcir a todas esas víctimas. Procesos como ese se han dado “exitosamente” —porque nada es perfecto— en Suráfrica, pero se han dado de manera desastrosa en países como El Salvador. Al haber sido testigo de esos procesos, incluso estuve en unos juicios en Tanzania hace algunos años. Una de mis preguntas era: bueno, las Farc se desarman, se sientan, pero es que el gran combustible del conflicto en Colombia ya no es el problema social, es la coca y el dinero que produce. Y mientras eso sea un negocio multimillonario, bajo una bandera política o no, va a haber gente queriendo apoderarse de ese negocio. Entonces, ¿de qué paz completa podemos hablar si no ha sentado el ELN a hablar, si no sabemos las condiciones que el ELN va a pedir?

Y, sobre todo, de qué paz vamos a hablar si tenemos a unas bacrim, que según datos que yo estaba manejando para una nueva investigación, podrían tener 7 mil personas armadas en el Urabá. Uno no sabe cuál va a ser la estrategia del Gobierno para neutralizarlos o meterlos a la cárcel. Me parecía que había muchas preguntas alrededor que ponían en duda que ese proyecto iba a ser un proyecto de paz completa, como salió el Gobierno muchas veces a venderlo. Es más, creo que uno de los grandes problemas antes de la votación fue ese triunfalismo con el que Santos se paró en Cartagena con Timochenko a dar por hecha una paz que ni siquiera se había votado. Después el proceso siguió y de alguna manera, a pesar del no y de muchas zancadillas políticas, el proceso empezó a funcionar. Las Farc empezaron a ir a esas zonas delimitadas para la entrega de las armas. ¿Qué veo yo? Siendo eso algo muy esperanzador —hay que estarlo mirando con lupa y todo lo que usted quiera—, el peso de la corrupción y de la guerra política entre los dos grandes bandos que dominan este país, está anulando el impacto social que ese proceso debería estar teniendo en los colombianos. Hasta el optimismo sobre el proceso se cayó, porque la gente ya no está hablando de eso. Casi ni los medios. Están hablando de corrupción. Entonces ni siquiera ese factor de esperanza lo puede mantener la gente.

¿Qué puede pasar con el proceso de las Farc? Yo creo que ellos llegan no solo por una gran voluntad, sino por un momento difícil muy duro por el que estaban pasando, pero me parece que lo están asumiendo de una manera en la que uno les podría dar algo de crédito. Yo estoy convencido de que mucha gente que está enlistada en la guerrilla no lo está porque quiere. Y eso es lo que tiene la justicia transicional de positivo, usted no puede juzgar con el mismo rasero al señor que orquestaba los secuestros y a todos los pobres guerrilleros rasos, muchos reclutados a la fuerza o por necesidad. Ahí es donde la justicia transicional empieza realmente a operar. Sin embargo, esa guerra sucia entre los dos grandes poderes políticos, que uno de los bandos se está encargando de opacar el proceso, podemos llegar a un punto en el que, si esas personas vencen con ese discurso, este proceso se eche para atrás. Y no sé cuáles serían las consecuencias.

Si en algún momento pude haber tenido una especie de pronóstico, en este momento que está atravesando el país no tengo la menor idea de para dónde va esta vaina. Ni en el proceso con las Farc ni en los escándalos de Odebrecht, ni con esta invasión masiva de la corrupción al Estado. Ni en las próximas elecciones ni con los próximos candidatos. Si alguna vez como periodista que conoce más o menos y estudia los temas y está metido en el asunto hubiera podido decir: “Yo creo que esto va para allá”, en este momento ya no sabría decirle.

Pasemos a otro tema. ¿Actualmente hay alguna cosa rescatable en la televisión nacional?

Aún quedan programas como Los informantes. Muchos de esos periodistas incluso trabajaron conmigo. Un programa como ese me gustaría que tuviera más tiempo, para que pudieran contar con más profundidad sus historias. Noticias UNO, por ejemplo, el esfuerzo que hacen desde un canal que no tiene el apoyo de los grandes medios.

La calidad de producción que se ha alcanzado en algunas series o miniseries, aunque los temas sean discutibles. Me parece que a la televisión, siendo uno de los medios de mayor penetración social —en Colombia todo el mundo sabe quién es el candidato del reality pero no todo el mundo sabe quién es el candidato al Congreso de su partido— está perdiéndose una gran oportunidad de contribuir con la responsabilidad social en este país. Yo no digo que la televisión tenga que ser mamerta y de solo especiales, que se sienten unos eruditos a hablar ahí. Pero hay un gran ejemplo de lo que la televisión puede hacer y es que en un momento de la historia en Brasil, en el que la tasa de natalidad era demasiado grande, y los embarazos en adolescentes eran una cosa muy escandalosa, creo que fue a finales de los 70 u 80 hubo una alianza entre el Gobierno y las grandes productoras de televisión para llevar un mensaje de empoderamiento a la mujer. Y entonces las telenovelas tenían este mensaje: “Yo como mujer no tengo que tener los hijos que mi marido me imponga, puedo ser profesional, puedo estudiar”. Y el experimento tuvo unos resultados importantes en esa explosión de natalidad que se estaba teniendo en Brasil.


“Si en algún momento pude haber tenido una especie de pronóstico, en este momento que está atravesando el país no tengo la menor idea de para dónde va esta vaina”


Si la televisión en el mundo quisiera, y especialmente en Colombia, podrían hacer productos vendibles, que marquen rating, pero que llevaran implícitos mensajes positivos o de reflexión en un momento en el que el país los necesita. No simplemente sentarse a hacer la fórmula que más se vende. “Ya hicimos El Patrón, ya hicimos El cartel, El capo, y como este vendió, entonces ahora hagamos el de Popeye”. Es un facilismo rentable, pero deja de lado una gran oportunidad de contribuir no solo con entretenimiento, sino con responsabilidad social”.

¿Alguna vez, pensemos 15 años atrás, llegó a imaginar que tendría este nivel de reconocimiento y trascendencia ante los medios y la gente?

No, cuando comencé esta vaina yo ni siquiera creía en mí mismo. En esa época de alguna manera tenía el instinto de la comunicación; yo había perfilado mi afición por los deportes de riesgo. Me apasionaban, pero no pensé que fuera a vivir de ellos hasta que se me ocurrió que podía contar lo que ocurría ahí, y nos inventamos una revista con dos amigos, que fue mi primer ensayo periodístico. Se llamaba Sin límites. Después le empecé a vender historias a Shock, pero igual trabajaba en un bar porque las historias no me daban. Entonces yo decía: “Si esto no ha funcionado, no creo que yo tenga la madera de periodista o de contador de historias, pero seguía muy aficionado a los deportes de riesgo. Aprovechaba y le decía a Juan Estaban Sampedro que eso era un fenómeno mundial, le mostraba las cifras en millones de dólares en los Estados Unidos en publicidad, etcétera, pero al man no le sonaba.

Lo que sí le sonaba era tener un man con el pelo verde y piercings en todas partes… en esa época era algo muy exótico, y que me botara de todas partes para su programa de Francotiradores.

Yo empecé sintiéndome muy afortunado porque por primera vez me iba a ganar un sueldo de seis cifras, iba a poder alquilar mi propio apartamento y además iban a darme plata para ir a bucear. Hasta que una historia me cambió el switch, no solo de cómo veía al país, sino de lo que uno podía hacer. En la vía al llano hay unos cañones muy profundos en donde a los niños para ir al colegio les toca colgarse de una polea, esa historia tiene como 16 años.

Entonces cuando me fui a hacerla, ver a la niña metiendo a la hermana en un costal y lanzándose por una guaya de acero con una polea hecha en casa… ni yo que era escalador me montaría en esa polea. Al final terminé montándome y pasándome como ellos, pero ver a esa niña, con esa inocencia, haciendo eso todos los días para ir al colegio…

Yo no escribía las historias, yo llegaba a editar y leía sobre la edición y decía puras pendejadas. Pero esa historia me tocó y dije: “Jueputa, vivimos en un país donde para ir al colegio hay que arriesgar la vida”, y así la conté. Y muy empíricamente porque yo no tuve formación universitaria ni audiovisual ni periodística; eran más como con las huellas que le deja a uno el cine y ver mucho documental. Armé una historia, le puse una música incidental y llevé la historia a mi programa, pero se la llevé también al noticiero. Y la historia causó tal revuelo que a los dos días aparecieron promesas que no se cumplieron, salió el ministro de vías y el de educación, y todos iban a salvar a los niños. Yo decía: “Puta, increíble el poder de la televisión, esto es lo que quiero hacer de aquí en adelante”. Por primera vez pensé que de pronto sí tenía lo necesario. Tenía las ganas para hacer algo.

Entonces empecé a hacer el mismo experimento en cada nota. Seguí trabajando en Francotiradores, pero le llevaba las notas al noticiero. No había conflicto de intereses, a Juan Esteban, mi director, no le molestaba. Y las notas le funcionaron tan bien al noticiero que me llamaron a que empezara a trabajar ya directamente con ellos, y por primera vez me sentí periodista.

Dije: “Bueno yo no estudié, pero ahí está Talese, ahí está Gabo, ellos tampoco estudiaron… Pues yo no soy un man de ese tamaño, pero que se burlen de mí porque no he estudiado y soy zootecnista no es algo que me vaya a frenar”. Y al mes de estar trabajando en el noticiero me gane mi primer Simón Bolivar. Y ese espaldarazo fue para mí. Los premios puede que signifiquen o no signifiquen mucho, pero cambió la manera como yo caminaba por el noticiero, y deje de sentir pena y me llenó de confianza para poder hacer un programa que le aportara a la forma de pensar de la gente. No de decirle cómo pensar, sino de darles las herramientas para entender cómo los roban, dónde los roban, o cuál es el daño que nos produce la guerra. Y ya… empezó a crecer, y se murió… [No, esperemos que no]

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