Andrés Calamaro sigue invicto como aquel torero que no quiere dejar de torear


En 1927 se publicaba Hombres sin mujeres, el segundo libro de cuentos de Ernest Hemingway, que a sus veintisiete años lo consolidaba como uno de los grandes cuentistas. Ese libro abre con “El invicto”, un cuento que narra cómo Manuel, un viejo y orgulloso torero, se niega a dejar de torear. En el comienzo, el organizador de las corridas le dice a Manuel que ya no hay toreros y él responde tajante que él es un torero. “Sí, cuando estás ahí”, le dice el organizador.

En la noche de ayer, Andrés Calamaro se subió al escenario del Movistar Arena vestido de personaje de Hemingway, uno que se niega a dejar de torear, que en el código Calamaro no es otra cosa que hacer lo que mejor sabe: música.

La presentación arrancó pasadas las 21.15 con una versión afiladísima de “Kashmir”, de Led Zeppelin, que funcionó como preludio de lo que sería la noche: un verdadero festejo del rock and roll. Esto quedó sellado con “El día de la mujer mundial”, un estruendo que llamó al público disperso en los pasillos del Movistar Arena a terminar de entrar.

Entre la audiencia había personas de todas las edades, desde nuevos fans adolescentes hasta viejos seguidores peinando canas. Muchos padres y madres con sus hijos y figuras argentinas como Nicolás Cabré, Matías Martín y hasta la vicepresidenta de la Nación, Victoria Villarroel.

Calamaro se presentó de nuevo en la Ciudad de Buenos Aires en el marco de la gira Agenda 99, que lo tuvo desde octubre girando por Chile, Paraguay, Uruguay y el interior del país.

FOTOS: ADAN JONES

Después de “A los ojos” y “Cuando te conocí”, habló por primera vez para dar gracias a Buenos Aires, a lo que el público respondió con el primer “olé, olé, olé, Andrés, Andrés”. olé y no ole, como le gustaría a El Cantante.

Durante toda la noche, Calamaro estuvo muy apoyado en su banda, formada por Germán Wiedemer en teclados, con quien lleva años de ruta; Julian Kanevsky en guitarra; Brian Agustín Figueroa también en guitarra; Mariano Domínguez en bajo; y Andrés Litwin en batería. La banda sonó muy afilada, pero sin perder la magia. Hay oficio en quienes trabajan de ser rockeros, pero sin perder la autenticidad ni lo espontáneo.

Todos estaban vestidos de negro, con lentes de sol y algunos con una segunda prenda en rojo, los colores de la tapa de Honestidad brutal, disco que este año cumplió 25 años y que en esta gira era festejado con 13 de las 37 canciones de la setlist.

“Más duele” sonó funkera y adaptada a las posibilidades actuales del cantante. Calamaro ya nos enseñó todo lo que sabía y por eso lo venimos a ver. En “Te quiero igual”, por momentos la voz no lo acompañó, pero Andrés es más que la suma de sus errores. Tiene el don de la canción completa y de los hits a prueba de años y de modas. La humanidad que muestra hace que se entienda de qué planeta viene el poeta fértil.

FOTOS: ADAN JONES

Pero no solo de canciones coreadas por la multitud vive Andrés, también puso en el repertorio temas como “Las heridas”, que mezcló con la base de “Nunca es igual”, y sonó espectacular.

Para hacer “Para qué”, Andrés invitó a Ciro Fogliatta, ex Los Gatos, ex músico de Moris y ex compañero de ruta -entre muchos proyectos más-, y juntos mostraron al público más joven una parte del ADN de las canciones de El Cantante.

“No va más”, el blues que tiene a dúo con Pappo, fue un punto altísimo con un trío de guitarras desplegado por todo el escenario. Si algo tiene Calamaro, que no se deteriora ni con los años ni con sus declaraciones polémicas, es el poder para componer, cantar e interpretar la balada rockera perfecta. Y en “Los aviones” dio cátedra de esto. El público levantó los vasos de plástico llenos de cerveza mientras se entregaba a la canción. Probablemente las baladas le queden tan bien por haber valorado lo suficiente “Nocturno de Princesa”, de Moris, o por haber escuchado mucho la etapa de X-Pensive Winos de Keith Richards.

Justo cuando la noche empezaba a entrar en un clímax con el público a los pies de Calamaro, Andrés decidió pincharlo con chistes sobre chicas, travestis, embarazadas y Hezbollah que generaron un clima incómodo. Lejos de acusarlo con corrección política, la mayoría optó por mirar al costado y apoyarse en sus canciones, la verdadera razón de la presencia en este Arena.

“La parte de adelante” sonó para demostrar que nosotros somos los más vulnerables al lado más amable del músico. Y funcionó en el público como un cubito de hielo por la espalda. Sí, es un éxito radial que mantiene su efecto intacto. En un mundo que no para de cambiar, saber con qué te vas a encontrar es un refugio.

Luego sonó “Cuando no estás”, del aplaudido disco Bohemio, y, por la energía que le pone toda la audiencia al cantar, parece más un hit de 20 años, que una canción que data de 2013.

En “Tuyo siempre”, el rock se fusionó con la cumbia, al ritmo de unas maracas que Calamaro usó emulando a Héctor Lavoe.

La lista de canciones de los últimos años se mantiene con pequeñas variaciones, pero el primer cierre no cambia: “Paloma”. Calamaro sabe que es solo otra balada de rock and roll y le gusta. La entrega como ofrenda. Una vez más, la sencillez de una canción estuvo al servicio de la belleza.

El bis fue con “Estadio Azteca” y “Los chicos”, de la que se desprendieron unos segundos de “El Salmón” para dejar extasiado al Movistar Arena en menos de dos horas de show.

Andrelo cerró el concierto haciendo su ritual de sacarse la camisa rosa y moverla como si fuera una capa, haciendo verónicas ante un toro invisible. En el estadio, mientras la gente comenzaba a irse, sonaban pasos dobles. Calamaro, invicto ante su gente, demostró que él también es un torero, uno criado a base de mate, asado y buenas canciones.

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